Me gusta cantar en el coche cuando voy solo, o escuchar atentamente cuando el resto del mundo habla. Me levanto tan pronto que aun hay gente sin acostarse, y me gusta viajar donde hay rincones que pueden contarme cosas. Entre dulce y salado, siempre seré de dulce, o entre el día y la noche, siempre seré de día, y si tengo que elegir entre reír o llorar, creo que prefiero llorar porque me sienta de maravilla.
Si me preguntas que me llevaría a una isla desierta, sin lugar a duda diría sería a mi gente, pero sobre todo a mi chico y a mis hijas, y si me preguntas que estaría dispuesto a perder en un aeropuerto tengo claro que dejaría todas mis inseguridades allí abandonadas porque ya no me hacen falta.
La vida no me lo ha puesto fácil, pero siempre he encontrado el camino. Durante años, desde que salí del armario, anduve pensando cómo podría ayudar a los demás a lograrlo; o cómo podría llegar al lado más sensible de los chicos, que como yo, se han enfrentado a ese duro reto; o como entrar hasta el lugar donde nadie dejamos pasar a un extraño o al rincón donde nos cuesta mirar porque hay soledad o quizá mucho miedo, y con el tiempo acabé descubriendo que mediante el coaching podría llegar donde me propusiera, o mucho mejor, podría acompañarte hasta el lugar donde siempre has querido estar o ayudarte a vivir aquello que tanto deseas.
Ah! Y si me preguntas por una cosa que nunca compraría, puedo asegurarte que nunca compraré la idea de que no quedan chicos que quieran vivir una bonita historia de amor. ¿Te cuento un secreto? Yo conozco a miles de ellos con ganas de enamorarse.